"50 HAMBURGUESAS DE GREY... o algo así"

   Aquella mañana me desperté con resaca. Y no me refiero a una resaca etílica fruto de una noche de desbarre, no. Cuando hablo de resaca me refiero más bien a sus síntomas: dolor de cabeza, somnolencia, cargo de conciencia y, en este caso, con 9'5€ menos en el bolsillo.
   La noche anterior, 16 personas tuvimos la feliz idea de acercarnos a un conocido centro comercial de Madrid para ver el estreno de "50 sombras de Grey"; trece mujeres como trece carros y tres chicos jóvenes, hijos de algunas de ellas.
   De entrada, ya les digo que la peli me pareció entonces, un pestiño de rilarse la pata abajo. No recuerdo otra cosa igual desde el Titanic de Leo Di Caprio. 'Pa' gustos los colores, oigan. Pero 1.600 de las antiguas pesetas dan para cagarse en Grey, sus 50 sombras, y en la pánfila de Anastasia Steel, alias Dakota Jhonson ( que ésta sí que se riló cuando vió el cuartito rojo del Grey).
   Por aquello de tener una salida nocturna de sábado completita, -que no se tratara sólo de ver una peli-, aquí la pandilla nos plantificamos en el susodicho centro comercial para cenar, cuando toda la raza calé habitante de Vallecas había salido para su tarde de roneo habitual. Ataviadas con sus mejores galas, las romí exhibían cuerpazos y taconazos seguidas, cada una de ellas, por sus respectivos/as padres, madres, hermanos/as, primos/as, sobrinos/as, abuelos/as, amigos/as. Es decir, ocupación en el centro comercial, 95%. Y llegamos 16 más. Entre la juventud de aquí mis primas, los tipazos que lucían y los tacones de vértigo (que yo no he podido volver a colocarme desde que me rompí el dichoso meta), no hacía más que mirar el reloj deseando que dieran las 12 de la noche para salir corriendo a esconderme en una butaca de la sala 8 (qué mala es la envidia). Porque ésa es otra: no podíamos ir al cine a las 8 de la tarde, una hora decente, tenía que ser a las 12 de la noche; más que nada para que pareciera que habíamos salido de marcha y volvíamos a las tantas a nuestra edad. Y además teníamos que ir al burguer a cenar; 'pa' darle más caché a la salida nocturna. Si a estas alturas piensan que esto es patético, no se preocupen; yo también lo pensé. Pero a lo hecho, pecho.
   Imposible andar por allí. Pero imposible, imposible. Llegamos al burguer; con trabajo, pero llegamos. Lo de entrar iba a ser algo más complicado. Debía haber como unas 400 mil almas engullendo hamburguesas a 'tó estrozo'. Todas las mesas ocupadas con el doble de su capacidad. A ver, si la mesa era para 4 personas, ésta la ocupaban 5 adultos más otros tantos niños gritando como posesos, haciendo batallas con los sobres de kétchup (abiertos, claro), quitándose las patatas fritas de sus menús infantiles, saltando encima de las mesas y sacando las bolas del parque de la ídem para usarlas como proyectiles que volaban por delante de nuestras narices.
   La cola para los pedidos salía del local y llegaba hasta el local de al lado, que también estaba hasta las trancas. Y ante el panorama de una 3ª Guerra Mundial, nos pertrechamos para ella. Nos arremangamos los tiros largos para adentrarnos en la cuarta de basura que cubría el suelo del establecimiento, agarramos los bolsos para no irnos enganchando con las criaturitas que corrían desbocadas por el local y allá que nos fuimos a la fila, dando por hecho que siendo las 10 de la noche íbamos sobradas de tiempo. Bendita inocencia. ¿Les he dicho que además empezó a llover y a hacer un viento de cojones? Pues eso, que me cago en los indios de Murphy.
   Sitio no había para sentarse pero a estas alturas habíamos localizado un hueco, cerca de la máquina de bebidas, para poder dejar bolsos y abrigos aunque comiéramos los 16 como piojos en costura.
   Media hora de cola. Así, sin anestesia. Y nos íbamos aproximando al mostrador. Y de repente, observando el panorama de la maquinita dichosa de autorrellenarse las bebidas, vimos que lo del hueco para dejar abrigos y bolsos iba a ser una pero que muy mala idea. La peña no daba abasto a rellenarse los vasos; sin hielo, claro, para que cupiera más, mientras las criaturitas jugaban a desparramar el hielo por el local. Cada 10 o 15 segundos un cuerpazo o unos taconazos nos apartaban de la cola, -perdón, perdón-, a tetazo limpio, para abrirse paso hasta la maquinita de los cojones, a rellenar 3 o 4 vasos a la vez. Del tirón.
   Llegados a este punto, a mí me dio la risa tonta. Sí, ésa que te da cuando ya dices que 'de perdío, al río', y empieza a importarte todo un cojón de pato.
   Abandonar el local hubiera sido una buena solución. Bueno, la mejor hubiera sido no haber entrado. Pero ya era tarde. Mirar hacia atrás y pensar que teníamos que atravesarlo de nuevo para salir era un acto de valentía y pundonor que no estábamos dispuestas a afrontar, porque según a qué edades, ya la dignidad y el sentido del ridículo nos importan un bledo. Allí había que aguantar como fuera. Aquello era nuestro Perejil particular y de allí no nos sacaba ni la Legión; ni la española ni la extranjera. Lo mejor era mimetizarse con el ambiente, como Rambo en la jungla, y seguir adelante aunque ya no sintiéramos las piernas.
   Las 22'40. Por fin habíamos llegado al mostrador. Mientras el personal pensaba en que se nos echaba encima la hora de la peli, yo pensaba que en los gorritos que llevaban los esclavos que nos atendían, perdón, los empleados, debería haber un contador de unidades en stock, como en el IKEA. Porque manda cojones que después de 40 minutos de odisea me hubiera quedado sin mi hamburguesa con doble de queso. Entonces sí que hubiera sacado la katana y hubiera hecho una escabechina. Diez minutos más tarde, los hechos demostraron que mi idea del contador de existencias no era una tontería.
   A estas alturas de la comedia, localizamos un par de mesas que se quedaban libres y con un despliegue digno de pura estrategia militar, nos dividimos para tomarlas al asalto y a falta de un buen kalashnikoff, a bolsazo limpio, mientras el resto se encargaba de los pedidos. Efectivamente, conseguimos el stock y no lo que nos apetecía. Pero ya nos daba igual.
   Con la satisfacción y el orgullo del deber cumplido, nos comimos lo que a la hamburguesería le dio la gana, resguardados en aquellas dos mesas a modo de trinchera perejiliana.
   23'30. Aquello no era comer, era un anuncio. La hora del cine se acercaba peligrosamente y no habíamos hecho prácticamente más que empezar. Había que engullir aquello como fuera o llegaríamos tarde. No sé cómo, pero lo conseguimos. A las 12 de la noche, 13 locas y 3 jóvenes estábamos acoplados en la última fila, mientras en la sala nos recordaban que apagásemos los móviles.
   Y empieza la peli. Y sale la guapa. Y luego sale el guapo. Y cuando veo que el guapo, además, es rico, pilota helicópteros, tiene sopotocientos supermegacoches hiperguays, un vetidor de 50 m2 y casas por medio mundo, ahí ya me volvió a dar la risa tonta y fue cuando me alegré de verdad de no haber leído el libro de la pirada ésta a la que se le ha ocurrido la idea de las 50 sombras.
   Del resto de la peli poco más puedo contarles porque me desperté con mi propio ronquido, viendo como mi chupipandi se partía el culo a mi costa. Literalmente. Yo no sé qué cojones esperaban que hiciera después de la paliza y el maratón en el centro comercial. Caí muerta en la butaca del cine. Tan a gustito. Una ya está mayor pa tanta tontería, leñe.
   En cuanto al cuartito rojo del Sr. Grey y sus instrumentos de 'tortura', qué quieren que les diga. A mí no me impresionó. Cada cual es muy libre de 'ostiarse' con quien le de la gana, mientras el otro consiente y también se lo pase bien. Unos se 'ostian' en la cama y otros lo hacen en la cola de una hamburguesería. Aunque lo primero es más sano, creo yo: es gratis, se disfruta (parece ser) y se gastan calorías. O sea, todo lo contrario que en el burguer. Ya les digo que no me impresionó la sala de las 'torturas'. Siempre me impresionó mucho más la zapatilla de mi madre persiguiéndome por la casa o sus guantazos cruzándome la cara cuando la cagaba. Y no necesitaba la jodía ningún cuarto especial. Usaba toda la casa para ponerte la pila en cualquier momento.
   Recientemente estrenaron esta peli en la tele de pago. Mi santo me preguntó si no me importaba que cambiara el canal para poder verla y amablemente le invité a que lo hiciera. Mientras escribía estas notas tontas, recé mentalmente para que a mi santo no se le ocurriera poner un 'cuartito rojo' en casa. Fundamentalmente y en primer lugar, porque no hay sitio para ello; y en segundo lugar, porque le iba a faltar mundo pa correr. De cualquier forma, y por si se le pasaba por la imaginación, yo estaba dispuesta a hacerle probar el método clásico del guantazo en 'tol careto' por aquello de mantener viva las tradiciones familiares y no tener que aguantar que una yanqui petarda venga a imponernos modas ni leches. ¡Faltaría más!
   Pa que luego digan los intelectuales que se han leído la dichosa trilogía que ver Gran Hermano es de frikis.... #Pabernosmatao

Comentarios

  1. Yo no sé si me daría por ir a ver la película, pero después de leer este post, de lo que estoy seguro es que empiezo a odiar los burguer.

    Agradable, ágil, ameno, simpático, fluído, escrito con el desparpajo del que hace gala esta genial escritora.

    Felicitaciones, pasé un rato divertido

    J.Luis


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  2. De eso se trataba, de distraerse un poco. Aunque ya sabes que estas historias son verídicas totalmente, que diría Paco Gandía. Gracias por tu comentario

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  3. Ha tus años, bien conservados dicho sea de paso, has invertido tu tiempo en dos horrores que nos has documentado con alegría, aunque ya sabidos, es bueno recordarlos, los burguer se hicieron para los gitanos y las 50 sombras para las mujeres en edad de aprender, ¿porqué a las adolescentes les gustan los tíos malisimos? con la de cosas que se pueden hacer sin cuarto rojo, aparte de revelar fotos; una entrada del blog muy bien llevada :-)

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  4. Me gusta más este artículo que la película. A la vida hay que echarle fantasía, no sado ni las extravagancias que muestra un film, que si alguien salió satisfecho con lo que vió, que se lo haga mirar. Puede que le haga falta un cuarto, pero acolchado y camisa de fuerza.

    He leido otrs artículos en este blog, pero no comenté más porque a la escritora se le ha olvidado deleitarnos con su lectura y tiempo ha que no aparece.

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